1948 El Arte del Cantinero (Mixellany)
como establece la Orden de los Cartujos, le ofreció ima^ taza de agua con elíxir, compuesto de numerosas hieibas aromático- medícinales, y dando a conocer ineidentalmente, que el diluir licores con agua» no es moderno ni se comete con ello ningu- na herejía. Respecto a la vida de los padres Cartujos de Grenoble y su proverbial hospitalidad, vamos a dejar que nos hable el propio William Beecford: "El padre que nos acompañaba, nos estaba sirviendo un delicado vino de Borgoña» cuando el coadjutor regresaba acom- pañado de dos miembros de la Orden, Secretario, el uno y Procurador» el otro, a quienes fui presentado. Quien los hu- biera contemplado, se hubiese sorprendido de la resignación plácida y satisfecha que manaba de sus rostros". Es natural; sin tales bebidas no fuera posible esa clase de resignación, llena de tamañas satisfacciones. Esos dos cartujos, eran un ejemplo viviente y verdadero para inmor- talizar y glorificar el licor que preparaban y consumían con gran delectación. Y sin duda lo inmortalizaron y glorificaron, peifeccionándolo y purificándolo, aumentándole los ya nume- rosos estimulantes que contenía y las cualidades medicinales profilácticas para los padecimientos hepáticos y algunas en- fermedades de la piel muy corrientes en nuestros días. Hace aproximadamente un siglo, ese elíxir —el Chartreu- se Verde— se preparaba con no menos-de cincuenta y tres ingredientes. Sus grados de alcohol» llegaban a la cantidad de 55. Y más tarde, apareció el no menos aromático compa- ñero elíxir Chartreuse Amarillo, con la cantidad de cuarenta y cinco grados. Había también, hace una centuria, el elíxir blanco —Chartreuse Blanco— pero éste se perdió entre los otros dos. Pero los esfuerzos realizados por los padres cartujos por superarse en la elaboración del Chartreuse Verde y Amarillo, les hizo olvidarse de la preparación y del cultivo del Char- treuse Blanco, que fue el primero que elaboraron. En 1849, un grupo de oficiales del Ejército francés, desta- cado en la región de los Alpes» se acercó al Monasterio y so- licitó albergue para defenderse de la crudeza del tiempo. Fue obsequiado por los afables cartujos, con su exquisito elíxir, quedando encantados del embriagador cordial que cataron en abundancia, haciéndolos soñar. Y esos oficiales fueron, los que lo pregonaron a los cuatro vientos y esparcieron su fama por todo el mundo civilizado. La desaparición del Chartreu- se Blanco, es una lástima grande, particularmente ahora que los habitantes del viejo nido del néctar tan incomparable, fue- ron expulsados de la tierra en que vivían en 1901, y se vieron forzados a refugiarse en la ciudad de Tarragona, España, don-
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