1948 El Arte del Cantinero (Mixellany)
rrar impermeables, colocando de él una capa finísima entre dos telas. Estos impermeables tienen la ventaja de que no impiden la circulación del aire 11 . HISTORIA DEL HIELO
Por Winifred Wishard (Del Sctenttfie American) (Tomado de Ultra)
De acuerdo con un reciente estudio sobre la refrigera- ción, realizado por el Departamento de Mercados, Pesos y Monedas, de la ciudad de New York» el valor del hielo como preservativo de los alimentos se conocía ya en los tiempos an- tiguos, tanto en los países fríos como en los cálidos. Desde el siglo XI antes de J. C, los poetas chinos narraban al mun- do, cómo el hielo era cortado y almacenado, durante el sacri- ficio piadoso de los corderos al "Dios Oro 1 ' Y los primitivos egipcios, que no tenían hielo que cortar, acostumbraban a re- frescar sus alimentos con la nieve, siempre que podían con- seguirla. Otras veces recurrían al sistema de refrescar el agua con el mismo propósito. Protágoras, el sofista griego, describe este proceso en el siglo V antes de Cristo. Ellos ex- ponían el agua al sol durante el día, separando las partes más espesas que quedan en la superficie. El resto se vertía en recipientes de barro, que "colgados en la pared más alta de la casa" se sometían a la acción del aire de la noche. Des- pués de esto, se dice, el agua quedaba tan fresca que "no ne- cesitaba nieve para enfriarla más". El mismo método de enfriamiento por evaporación se usa ahora en los países españoles donde los jarros de barro se cuelgan para que reciban el aire. En la India, el agua se de- ja en cazuelas porosas y de poca profundidad, que se colocan sobre pajas y tallos de maíz seco, sometiéndosele así a la in- solación. El viento seco del N, O.» la hace evaporar y al mis- mo tiempo produce una delgada capa de hielo en la superfi- cie. Estas capas son cuidadosamente separadas, envueltas y dejadas a la congelación hasta que se forman en una masa única. Los antiguos gobernantes de Grecia y Roma, enviaban a sus esclavos a las montañas para conducir desde allí en pai- las, o en sus hombros sufridores, la nieve de las alturas. En el lejano Japón, Marco Polo, el explorador italiano, consignó recipientes para agua helada y hielos de leche, Sir Walter Raleig describía la sorpresa de Ricardo Corazón de León cuan- do Saladino —Jefe de los ejércitos mahometanos contra le Tercera Cruzada— le envió como regalo granizos helados.
Digitised by Ja ed M Brown & Anistatia Miller, 2009
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