1931 El Arte del Cocktelero Europeo (cuarta edicion) by Ignacio Domenech

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Según la leyenda, la desesperación de míster Alien no tuvo limites. Recorrió todos los rincones del corral, asi como los alrededores del castillo y la torre más alta de éste, sin encontrar rastro del desaparecido gallo. Cuando ya se hubo cerciorado de la inutilidad de sus esfuerzos, proclamó que daría lo que se le pidiese con tal de recobrar a «Júpiter». Minutos más tarde ¡legaba Eddie llevando en sus manos al famoso gallo. Si grande fué la desesperación que se apoderó de nuestro cabaileto cuando comprobó la desaparición de «Júpiter», no fué menor su alegría al recobrarlo, y más si se tiene en cuenta que después de esta nueva vi cisitud su cola no había sufrido en lo más mínimo. Sus lindas plumas pre sentaban un color encendido más bello que nunca. Como sucede en las películas americanas de argumento ingenuo, Eddie pidió como premio el permiso del padre de Leny para casarse con ella, cosa que, aunque a regañadientes, concedió el ya tranquilo poseedor de «Júpiter». Malas lenguas dijeron después que la desaparición del famosísimo gallo fué una comedia urdida por los dos enamorados para lograr que cediera el intransigente padre. Sea como fuere, lo cierto, según la tradición, es que la alegría que pro vocó el doble acontecimiento fué general y que, para festejarlo todo, mís ter Alien desenterró del rincón más recóndito de su bodega varias botellas de distintos y añejos vinos y licores, con los que obsequió a todos los pre sentes. La preciosa Leny fué la encargada de hacer los honores, y, debido, sin duda, a su natural alegría, alegría que se transformaba en azoramiento, cometió, hay que confesarlo, alguna tontería. Dominada por el júbilo, pre guntaba a todos cuál era su licor preferido, diciendo: —¿Brandy?... ¿Curagao?... ¿Whisky?... Como era natural, la pobre Leny no sabía—como vulgarmente se dic^ lo que se pescaba y al que le pedía curasao le llenaba el vaso de brandy, y viceversa, hasta que le llegó el turno a un anciano al que la educación no le impedía ser sincero. —¿Erandi, míster Oswens?... —No, hijita, whisky- . „ , I » 1 —¿Curasao?...—interrogó Leny, comenzando a llenar de brandy el vaso del anciano señor. —1 No, Leny, no !...—protestó míster Oswens. —|Ah... whisky 1...—contestó vertiendo en el mismo vaso un cho rro de curasao—. ¡Por Dios I—dijo Leny al darse cuenta de la equivoca ción—. I Qué cabeza la mía!—y acabó de llenar el vaso con whisky. —Se conoce—dijo míster Oswens—rjue el amor ss te ha subido a la cabeza, pero me parece que a mí se me va a subir esto... Y el anciano se llevó a los labios la entonces incomprendida mezcla y paladeó con deleite. Después añadió: —jLeny, esto es algo exquisito I...—y aconsejó después—; ¡Pruében lo!... Les garantizo que vale la pena...

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